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jueves, 28 de agosto de 2014

De timbre y septiembre

"¿Qué hay detrás de la ventana?"


Muchachos, quién lo supiera. Otro verano más, y quién lo supiera. De momento, con los de siempre, recordando himnos del pasado sentados en sillas de mimbre, cerveza, esperando a que suene el timbre en septiembre.




jueves, 3 de julio de 2014

De desiertos y sombreros


No soy un Cowboy. Cualquiera que me conozca sabrá que no tengo costumbres ni rasgos de un americano del medio oeste, que no sé nada de vacas ni lazos y mucho menos sé cómo funciona un Winchester del 73. Tengo un sombrero marrón, de alas cóncavas, parecido al de Dean Martin en Río Bravo, pero ya está. Bueno, supongo que Dean Martin no compró el suyo en el mercado. En fin. Lo que intento decir con esto es que no soy un Cowboy. Pero termina el curso, terminan los días laborales, el deber en esa faceta tan rígida que nos impone el intervalo de Septiembre a Julio... Y me gustaría por un momento ser un Cowboy. Quiero que se entienda Cowboy, cómo no, como figura idealizada por los filmes de John Ford, John Wayne (peregrino) o James Steward, no aquel mariquita metropolitano de Jon Voight (qué cruel). Ya sabéis. Cowboy de postureo. Con todo lo que ello conlleva. Con todo ese desierto. Con todo ese camino por recorrer y con la idea de que no tiene por qué ser recorrido. Con la certeza de que en la próxima diligencia aparecerá Claudia Cardinale, y si no en la siguiente. Con el dinero justo para ir tirando. Quiero que se entienda el concepto de Cowboy y que se le despoje de todo aquello que no sean atardeceres y brújulas rotas. Da igual el lugar, la franja horaria y las isobaras. Sólo importa la seguridad de haber elegido y el contemplar, desde la rama de un árbol, el camino que queda por recorrer. Terminan los horarios y mi cabeza monologa en términos revolucionarios.
Pero no soy un Cowboy, por ahora. Y encima curro.


jueves, 26 de junio de 2014

De laberintos y espejos


Laberintos y espejos, qué chulada oiga. 

La casa de Asterión 

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

Borges

jueves, 29 de mayo de 2014

De off y on





Los perros románticos

En aquel tiempo yo tenía veinte años 
y estaba loco. 
Había perdido un país 
pero había ganado un sueño. 
Y si tenía ese sueño 
lo demás no importaba. 
Ni trabajar ni rezar 
ni estudiar en la madrugada 
junto a los perros románticos. 
Y el sueño vivía en el espacio de mi espíritu. 
Una habitación de madera, 
en penumbras, 
en uno de los pulmones del trópico. 
Y a veces me volvía dentro de mí 
y visitaba el sueño: estatua eternizada 
en pensamientos líquidos, 
un gusano blanco retorciéndose 
en el amor. 
Un amor desbocado. 
Un sueño dentro de otro sueño. 
Y la pesadilla me decía: crecerás. 
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto 
y olvidarás. 
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen. 
Estoy aquí, dije, con los perros románticos 
Y aquí me voy a quedar.


Roberto Bolaño



No tengo justificación alguna ante este parón. Simplemente lo dejé pasar, como tantas otras cosas que he dejando pasar, y al final, ahora, lo hecho de menos. Esto sigue, le limpio un poco el polvo y ya está, no os ibais a deshacer de mí tan fácilmente.



martes, 18 de febrero de 2014

De Kavafis y Simon



Evolución y tal, seguir el camino, crecer... imagina todos los tópicos que puedas sobre las ambiciones de un joven de clase media que quiere escapar de una forma útil. Imagina todas las enseñanzas que se destilan de Hesse, imagina lo opuesto a la actitud de nuestro querido adolescente creado por Salinger, imagina simple y llanamente el viaje hacia la lejana Ítaca descrito por Kavafis... Ojalá todos tengamos la misma idea y no nos dejemos arrastrar por el pringue acomodado que nos rodea a veces. Más buenas intenciones. Gil de Biedma ya dio ejemplo, manos a la obra. Fuerzas a todos para los días duros.

Mañaneo a lo Paul Simon y duermevela siguiendo la estela de -me repito- Kavafis:

En la escalera — Konstantinos Kavafis

Bajando por aquella escalera,
Junto a la puerta nos cruzamos, y por un instante
Vi tu cara desconocida y tú me viste.
Yo me oculté en las sombras, y
Pasaste rápido, alejándote,
Y te perdiste en aquella casa vulgar
Donde no encontrarías el placer, como tampoco
Yo habría de hallarlo.

Y sin embargo el amor que deseabas yo lo tenía para dártelo;
El amor que yo deseaba, tus ojos me lo ofrecían
Con su ambigüedad y abandono.
Se sentían los cuerpos y se buscaban;
La sangre y la piel comprendían.

Pero turbados los dos nos escondíamos.






viernes, 31 de enero de 2014

De desidia y resignación



El extranjero


Me asomo a la terraza.

Una mujer se arregla el pelo
delante de un espejo
en el edificio de enfrente
de mi casa.
Estaba leyendo
a Dostoyewski. Cierro el libro,
lo dejo encima de la mesa,
me siento y abro
otra cerveza. Qué aburrido,
Dostoyewski, la cerveza,
las mujeres, los libros,
los espejos. Qué aburrido
sentarse y esperar la muerte
mientras la gente fornica,
come, trabaja o se solaza
bajo el sol sucio de septiembre,
y uno sabe, positivamente,
que nada va a ocurrir.



Roger Wolfe



Y es que huelo a desidia, desprendo un apestoso olor a desidia y resignación, viendo cómo se llevan las horas lo que puedo potencialmente hacer y no hago. Apesto a desidia, y la solución no es quejarme. La solución es escribirlo y mirarme al espejo, poner la música alta, arreglar cuentas pendientes, desintoxicarme, vivir un poco más de lo que vivo, trajinar un poco más de lo que trajino, y enfrentarme a mí mismo. Hacer. Luchar contra la puta idea de que nada va a ocurrir. 

jueves, 16 de enero de 2014

De desayuno y guay



Como si de la última página de un suplemento dominical se tratase, voy a escribir aquí cual es mi desayuno ideal (normal) y por qué es tan importante el desayuno:

-Tostadas de tomate y aceite
-Café con leche cargadito
-Zumo de naranja (si hay naranjas y si hay ganas de exprimir) sin pulpa (si hay ganas de colarlo, generalmente no porque no me planifico y se me enfría el café y las tostadas, así soy yo).

Todo lo que se refiere a la preparación dura unos 5 - 10 minutos, y bajo ningún concepto está aderezada con la televisión. La mañana significa la máxima capacidad esponjística (de esponja, no sé si se escribe así) de mi coco, todo entra mejor, así que prefiero evitar las noticias agrias y las tertulias inútiles (y los programas sobre el arte románico de la 2). Por eso pongo música, y no seré el único. Música guay para momento guay. 

Y luego, en el proceso de comer, masticar, tragar y todas estas actividades necesarias para la nutrición matinal (así como las demás) me gusta leer un poquillo, porque como ya he dicho, todo entra mejor, y a veces se ven cosas escandalosamente claras. 

El proceso de recoger es el más triste, porque significa que empieza el día de verdad y más me vale hacer cosas productivas. Esto, por supuesto, se refiere a los días en los que el tiempo no tiene su incómodo dedo metido en mi preciado culo y mi tostadora funciona. 

Mi conclusión es que el desayuno es importante porque es guay y porque puedes estar un momento tranquilito detrás de la línea de salida y aprovechar ese momento con cosas guays. 

Tras esta disertación estúpida y egocéntrica (y sobre todo inútil para usted) procedo a plasmar una de las cosillas que se suelen leer en los desayunos (nótese la paradoja):

"En realidad el insomnio es como un sueño, pero sin sueño. En el insomnio comparecen ansiedades que durante el día estuvieron arrinconadas; proyectos todavía inmaduros que necesitan cálculos, previsiones, ajustes; culpas recién instaladas en la conciencia.
Reconozco que no soy un cliente asiduo del insomnio, pero cuando éste me alcanza, la noche se convierte en una incómoda mazmorra. Los ruidos de la calle (bocinas, frenadas, breves tiroteos, cantos de borrachos, truenos, tamboriles) invaden mi habitación sin el menor escrúpulo. Cuando el alboroto proviene del propio edificio (taladros eléctricos, rock and roll, jadeos amatorios) cierro los ojos pero los oídos permanecen abiertos y aquella baraúnda me eriza los pelos o me dispersa los arrepentimientos.
Hay quienes cree que los insomnios deben ser encarados como exorcismos, pero mi pasado racionalista no puede aceptar esa interpretación. La variante más entretenida de esas noches pálidas es ek hijo sonámbulo (ocho años) de mi amigo Vicente, quien con una habilidad que por cierto no despliega en la vigilia, va esquivando las butacas, el paragüero, las mecedoras, y se detiene indefectiblemente frente a la ventana con la Cruz del Sur. Él, por supuesto, no la ve. A la mañana siguiente, durante el desayuno, el padre le pregunta: "Antonio, ¿con qué soñaste anoche?" Y él responde sin titubear: "Con automóviles de fórmula 1".
Mis mejores insomnios ocurren cuando estoy tranquilo, con la digestión bien hecha, sin mala conciencia, y me dedico entonces a dibujar (imaginariamente, claro) gacelas, ciervos y gamuzas, en el manchado cielorraso.
En mi insomnio favorito comparece a menudo un catálogo de maravillosas mujeres: anatomía conocida con rostro inventado, fisonomía seductora con cuerpo abrazable. Miro a mi derecha, pero allí mi mujer duerme como una bendita.
Con el tiempo he ido creando mi técnica personal para combatir insomnios. Cuando me acuesto, dedico diez o quince minutos a la atenta lectura de algún fragmento del Evangelio apócrifo de San Bartolomé, y de inmediato una soñera incontenible se me instala en la arruga de los párpados. Presumo que es el aporte solidario del viejo Morfeo, el cual, según Ovidio, siempre acude con adormideras y alas de mariposas."
Mario Benedetti, "Insomnios y duermevelas".

Y ahora venga, todo el mundo a hacer cosas guays.